Friday, January 9, 2015

Romance incorregible

La culpa es de la abuela, con su tejido, su caleta de chocolates y sus novelas de la tarde.
La culpa es de esa viejita dulce y mamona; la que acolitaba que me subieran el almuerzo en vacaciones a su habitación, para quedarme toda la tarde viendo las novelas juntas.
Velo de novia, María la del Barrio, El juego de la vida, Rubí, El precio del silencio.
Novelas y más novelas. Protagonistas pobres y buenas, en una correlación que tal vez implique causalidad. Antagonístas de pelos llenos de laca, en batas de seda y nombres de resonancia malévola.
Todas esas novelas me dejaron recuerdos pero sobre todo, me dejaron problemas. Disonancias entre la vida real y la pantalla, entre las expectativas y la realidad, entre las canciones de Lerner y el silencio. Si, Lerner porque las novelas de media tarde, además de la psiquis, también afectan al paladar del oído.
Novelas que me hacían llorar a los 11 años porque la protagonista se había quedado inválida, sólo pueden traer dificultades en la vida, y en el amor. Todo siempre tiene que ver con el amor y por lo tanto todo siempre tiene que ver con todo.  
Hace muchos años no veo esas novelas venezolanas, mexicanas y colombianas que tienen protagonistas sufridos y con tres nombres, en una correlación que tal vez implique causalidad. 
Pero la abuela sigue ahí con su tejido, con lo mamona, con las novelas, y yo sigo aquí con mi problema.
No es un problema fácil, pero tampoco es grave. Creo que a todos les pasa lo mismo, pero el problema es que yo lo sé, el problema es que lo noto.
Veo que la gente no se enamora de la gente, veo que la gente sólo quiere ser amada y esa es la excusa para amar. Suena cursi y fatalista, obvio, viene de mi, veo novelas de media tarde desde antes de saberme las de multiplicar. De verdad siento que tengo la razón. Siento, sé, qué más que amar estamos enamorados de la idea de ser amados. Por eso uno puede ver a un extraño en Transmilenio, a un desconocido en los pasillos de la universidad, a un trabajador de la planta en un bingo y enamorarse desde el primer momento, enamorarse del deseo de que ese aparecido nos ame. Porque, aunque nada haya pasado en la realidad, ni siquiera haberse escuchado mutuamente  el 'hola', en las novelas de la mente ya ha pasado de todo. Y es que al final, los protagonistas se ven tan felices siempre, que ¿quién podría evitar enamorarse de ese amor? Nadie. Nos tragamos de ese amor y le cambiamos la máscara durante todos estos años por diferentes caras de diferentes hombres.       
La gente es complicada, el amor no. La gente es injusta y dañada, el amor nunca. Por eso es que nos enamoramos más de la idea de ser amados que de cualquier persona. Amar a una persona con todo lo que ella es, con las manías, los juicios, los olores y defectos de carácter es muy jodido. Qué difícil es amar a una persona toda entera y que fácil es amar la idea del amor, sin personas de por medio. Lo digo hoy que lo tengo a mi lado, que me escribe cartas y me besa en secreto, y siento que empiezo a amarlo ya. No al hombre, sino al amor que me da. Estoy enamorada del amor y no del hombre, como tiene que ser, para buscarlo en otras fuentes el día que el hombre se me acabe, porque el amor me alcanzará por siempre.



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