Me imagino que los miedos son como telarañas que se tejen solas, y si no las quitas crecen hasta invadirte el cuerpo y el alma. Hay telarañas pegachentas que aún cuando intentas quitarlas se te quedan en los dedos, así como esos miedos que se rehusan a dejarte por más que a cada rato los mandes a la verga. La vaina con las telarañas, cuando no hay tequila y no hay nada salvo ellas y nosotros, es que son tantas y tan fuertes que llega un momento en el que no nos dejan mover. Así son los miedos, se vive con ellos hasta que se empieza uno a morir con ellos. A morirse de quietud.
Qué susto, qué miedo y qué angustia, sentirse así, amarrado por hilos que hieren en todas partes y de los que no te puedes zafar. El miedo al miedo también es una telaraña ni la hijuemadre.
Mis telarañas son muchas, demasiadas para alguien de mi edad. Todavía corro entre la oscuridad hasta el interruptor sin respirar. Me da miedo caminar cerca a casas que tengan rejas porque pueden tener perros de esos que se asoman de repente y te dejan con el alma en el piso de un ladrido. También me da susto la carne de Mc Donalds, el oscuro mundo de los taxis y los pedicures. (Sólo para que quede registro, si me hago el pedicure, sólo mi papá me puede cortar las uñas de los pies). Esas son algunas de mis telarañas, y eso que no he pasado por las típicas de las ratas y las alturas, pero tampoco entraré en muchos detalles sobre las cosas pequeñas que me aterran, como los lentes de contacto.
Recuento telarañas y telarañas personales, pero si esas son las mías, cada uno tiene las suyas. Este no es un concurso o una competencia sobre quien es el más aculillado. Cada quien tiene su raye y de las telarañas que se tejen solas nadie queda nadie ileso. Nuestras telarañas no nos diferencian, nos unen por más distintas que sean entre ellas.
Todo esto es una disculpa por decir que siento que tengo una telaraña del tamaño del mundo, asfixiante y ensordecedora, un miedo horrible, presente y que me agarra dormida hasta que me deja frente a un blog para poder mandarla a la verga con palabras escritas. Ya sé, todos tienen las suyas, no quiero decir que soy la única con miedos como telarañas, pero soy egoísta y solo quiero hablar de mi. Le tengo pánico físico y palpable a los desaparecidos, bueno no a la gente que ha desaparecido sino a la posibilidad de que alguien desaparezca. Un día ver a alguien que amas salir de casa, darle un beso rápido en la mejilla, no darle un beso y decirle "Chao" desde el segundo piso, y ya. Que no haya más historia que contar, ni tragedia que llorar otra diferente a la del no saber. La gente no desaparece como el humo de la chimenea en el aire, las personas no nos desintegramos así como así, pero si nos hacen desaparecer, como el humo, como si la materia si pudiera desintegrarse.
Por eso es que cada vez que escucho esa canción de Rubén Blades a manos de Maná, se me cierra el pecho con doble tranca, candado y cadena. No puedo cantarla, no puedo tararearla, no puedo hacer otra cosa que no sea imaginarme cada uno de los desaparecidos de los cuentos del salsero. Me imagino sus caras o peor, le pongo la cara de alguien a quien conozco, y no puedo hacer otra cosa que escuchar y sentirme atada. En un país de miedos, donde la gente se desintegra por arte de magia es imposible no sentirse por siempre amarrada por una de esas telarañas que matan de quietud.
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