Wednesday, January 21, 2015

Excusas

Ayer tenía que bajar para que firmaras la tarjeta de cumpleaños para una compañera, excusa.
Antes de ayer dije que bajaba para no morirme del frío y caminar me calienta, excusa.
Hoy dije dizque tenía que ir a revisar unos papeles en el puesto al ladito del tuyo, excusa.
La excusa de mañana la tengo calientica en la cabeza. Voy a decir una excusa irrefutable, una excusa que le despeje el camino a mis pupilas para mirarte y reconocerte entre la gente como si se supieran las formas de tu sombra.
Mañana les diré a todos una excusa. Les diré que bajo a verte, y eso no es más sino una fachada para el hecho de que quiero verte mucho. Bajaré con la excusa de visitarte y no la de besarte. Será una excusa tan buena que nadie se va a dar cuenta que en realidad no quiero coquetearte sino hacer que te enamores de mi. El juego no es más sino una excusa para el amor, así no lo sepan ellos ni lo sepas tú y yo, acá escribiendo, apenas me esté enterando. 
Esa es la excusa de mañana, la de simplemente ir a visitarte. Después pensaré las demás. Hasta que llegue el día de no pensar, de olvidarnos de las excusas y decirnos entre la gente, entre los prejuiciosos y los metidos, que no se necesitan excusas para quererse, para amarse, porque el amor de por sí es una excusa. 
Es la excusa para vivir. 

Los desaparecidos

Me imagino que los miedos son como telarañas que se tejen solas, y si no las quitas crecen hasta invadirte el cuerpo y el alma. Hay telarañas pegachentas que aún cuando intentas quitarlas se te quedan en los dedos, así como esos miedos que se rehusan a dejarte por más que a cada rato los mandes a la verga. La vaina con las telarañas, cuando no hay tequila y no hay nada salvo ellas y nosotros, es que son tantas y tan fuertes que llega un momento en el que no nos dejan mover. Así son los miedos, se vive con ellos hasta que se empieza uno a morir con ellos. A morirse de quietud.
Qué susto, qué miedo y qué angustia, sentirse así, amarrado por hilos que hieren en todas partes y de los que no te puedes zafar. El miedo al miedo también es una telaraña ni la hijuemadre.

Mis telarañas son muchas, demasiadas para alguien de mi edad. Todavía corro entre la oscuridad hasta el interruptor sin respirar. Me da miedo caminar cerca a casas que tengan rejas porque pueden tener perros de esos que se asoman de repente y te dejan con el alma en el piso de un ladrido. También me da susto la carne de Mc Donalds, el oscuro mundo de los taxis y los pedicures. (Sólo para que quede registro, si me hago el pedicure, sólo mi papá me puede cortar las uñas de los pies). Esas son algunas de mis telarañas, y eso que no he pasado por las típicas de las ratas y las alturas, pero tampoco entraré en muchos detalles sobre las cosas pequeñas que me aterran, como los lentes de contacto.
Recuento telarañas y telarañas personales, pero si esas son las mías, cada uno tiene las suyas. Este no es un concurso o una competencia sobre quien es el más aculillado. Cada quien tiene su raye y de las telarañas que se tejen solas nadie queda nadie ileso. Nuestras telarañas no nos diferencian, nos unen por más distintas que sean entre ellas.

Todo esto es una disculpa por decir que siento que tengo una telaraña del tamaño del mundo, asfixiante y ensordecedora, un miedo horrible, presente y que me agarra dormida hasta que me deja frente a un blog para poder mandarla a la verga con palabras escritas. Ya sé, todos tienen las suyas, no quiero decir que soy la única con miedos como telarañas, pero soy egoísta y solo quiero hablar de mi. Le tengo pánico físico y palpable a los desaparecidos, bueno no a la gente que ha desaparecido sino a la posibilidad de que alguien desaparezca. Un día ver a alguien que amas salir de casa, darle un beso rápido en la mejilla, no darle un beso y decirle "Chao" desde el segundo piso, y ya. Que no haya más historia que contar, ni tragedia que llorar otra diferente a la del no saber. La gente no desaparece como el humo de la chimenea en el aire, las personas no nos desintegramos así como así, pero si nos hacen desaparecer, como el humo, como si la materia si pudiera desintegrarse.

Por eso es que cada vez que escucho esa canción de Rubén Blades a manos de Maná, se me cierra el pecho con doble tranca, candado y cadena. No puedo cantarla, no puedo tararearla, no puedo hacer otra cosa que no sea imaginarme cada uno de los desaparecidos de los cuentos del salsero. Me imagino sus caras o peor, le pongo la cara de alguien a quien conozco, y no puedo hacer otra cosa que escuchar y sentirme atada. En un país de miedos, donde la gente se desintegra por arte de magia es imposible no sentirse por siempre amarrada por  una de esas telarañas que matan de quietud.

Friday, January 9, 2015

Romance incorregible

La culpa es de la abuela, con su tejido, su caleta de chocolates y sus novelas de la tarde.
La culpa es de esa viejita dulce y mamona; la que acolitaba que me subieran el almuerzo en vacaciones a su habitación, para quedarme toda la tarde viendo las novelas juntas.
Velo de novia, María la del Barrio, El juego de la vida, Rubí, El precio del silencio.
Novelas y más novelas. Protagonistas pobres y buenas, en una correlación que tal vez implique causalidad. Antagonístas de pelos llenos de laca, en batas de seda y nombres de resonancia malévola.
Todas esas novelas me dejaron recuerdos pero sobre todo, me dejaron problemas. Disonancias entre la vida real y la pantalla, entre las expectativas y la realidad, entre las canciones de Lerner y el silencio. Si, Lerner porque las novelas de media tarde, además de la psiquis, también afectan al paladar del oído.
Novelas que me hacían llorar a los 11 años porque la protagonista se había quedado inválida, sólo pueden traer dificultades en la vida, y en el amor. Todo siempre tiene que ver con el amor y por lo tanto todo siempre tiene que ver con todo.  
Hace muchos años no veo esas novelas venezolanas, mexicanas y colombianas que tienen protagonistas sufridos y con tres nombres, en una correlación que tal vez implique causalidad. 
Pero la abuela sigue ahí con su tejido, con lo mamona, con las novelas, y yo sigo aquí con mi problema.
No es un problema fácil, pero tampoco es grave. Creo que a todos les pasa lo mismo, pero el problema es que yo lo sé, el problema es que lo noto.
Veo que la gente no se enamora de la gente, veo que la gente sólo quiere ser amada y esa es la excusa para amar. Suena cursi y fatalista, obvio, viene de mi, veo novelas de media tarde desde antes de saberme las de multiplicar. De verdad siento que tengo la razón. Siento, sé, qué más que amar estamos enamorados de la idea de ser amados. Por eso uno puede ver a un extraño en Transmilenio, a un desconocido en los pasillos de la universidad, a un trabajador de la planta en un bingo y enamorarse desde el primer momento, enamorarse del deseo de que ese aparecido nos ame. Porque, aunque nada haya pasado en la realidad, ni siquiera haberse escuchado mutuamente  el 'hola', en las novelas de la mente ya ha pasado de todo. Y es que al final, los protagonistas se ven tan felices siempre, que ¿quién podría evitar enamorarse de ese amor? Nadie. Nos tragamos de ese amor y le cambiamos la máscara durante todos estos años por diferentes caras de diferentes hombres.       
La gente es complicada, el amor no. La gente es injusta y dañada, el amor nunca. Por eso es que nos enamoramos más de la idea de ser amados que de cualquier persona. Amar a una persona con todo lo que ella es, con las manías, los juicios, los olores y defectos de carácter es muy jodido. Qué difícil es amar a una persona toda entera y que fácil es amar la idea del amor, sin personas de por medio. Lo digo hoy que lo tengo a mi lado, que me escribe cartas y me besa en secreto, y siento que empiezo a amarlo ya. No al hombre, sino al amor que me da. Estoy enamorada del amor y no del hombre, como tiene que ser, para buscarlo en otras fuentes el día que el hombre se me acabe, porque el amor me alcanzará por siempre.



Sunday, January 4, 2015

El penúltimo

Miro para los lados cada vez con menor disimulo, tu me miras a mi mirar a todos lados porque me crees. No viene ninguno de los enemigos en nuestra lista negra. Nos tomamos de las manos, siempre igual de frías. Vamos mi amor, por el caminito que ya conocemos, serán 5 minutos antes de que vuelvan a extrañarte donde deberías estar. Me encanta que estés donde no deberías estar y con quien no deberías estar. Me encanta cuando desobedeces a los demás para obedecerme a mí, me da una idea de cómo te sientes. Nos quedamos unos minutos contra las paredes, con tu nariz en mi pelo y me preguntas por quinta vez ¿a que olés? A vainilla mi cielo, a vainilla para ti. No puedo pasar mis dedos por tu pelo porque usas ese mazacote que detesto, entonces sólo los entretengo como puedo. Sabemos que estamos en un edificio lleno de gente pero sólo existimos los dos. Yo que nunca supe quedarme en ninguna parte, yo que sólo me sabía ir, me quedo ahí y no tengo intención de marcharme. Corremos muertos de la risa entre las máquinas que funcionan y cubren el sonido de los besos, de los te quieros tan dulces que te salen, de cuando me llamas 'caprichosa' y te sale aún mejor. Nos escondemos en los rinconcitos como niños que juegan, como niños que se esconden, como niños que se aman. 
Entonces como el tiempo nos está cayendo encima, nos persigue como si fuéramos Montesco y Capuleto, me dices "El último" y me besas decidido, pero yo te esquivo y te miro. Te miro con una ceja en las nubes y te digo "No." La primera vez te asustaste y pensaste que algo andaba mal, pero después aprendiste a sonreír en ese momento. Tu sonrisa en ese momento es lo que formaliza el ritual. Te digo "El penúltimo" devolviendo la sonrisa, porque el último lo dejamos para después. Dentro de 1.500 años me parece un buen después. 
Me encanta que estés donde no deberías estar y besando a quien no deberías besar.
Me imagino indefinidamente que seguimos viviendo un amor de penúltimos besos, en un lugar donde solo existimos los dos, donde el último beso no nos encuentre nunca , pero nunca nunca, mi amor. 

Saturday, January 3, 2015

Creer

Recuerdo que de muy pequeña tenía la costumbre, antes de quedarme dormida, de mandar un beso al cielo. Lo mandaba con los ojos cerrados, sonaba y era para Dios. Más grande, le decía cosas de mi vida como si él no supiera o no me hubiera visto todo el día y cuando no quería explicarlo todo decía "Ah, pues, tu ya sabes". Todavía más grande empecé a hablarle sólo con llanto, cuando no entendía nada, cuando sin poder cerrar la garganta le preguntaba con la mente, ¿dónde estaba? ¿por qué a mi? y ¿a quién le había  mandando entonces todos esos besitos hasta el cielo? y luego con el tiempo, nos dejamos de hablar por completo.
Mi ateismo era una cosa seria. No era tanto el no creer más que el no querer creer, combinado con un fastidio absoluto hacia las misas, la parafernalia, los cultos, los libros con  mensajes divinos, la Rosa de Guadalupe en RCN, y todo, todo lo que pretendiera tener la razón. Todas esas personas y religiosos creían en algo en lo que yo no quería creer, porque ellos decían que había un Dios que todo lo podía, que no conocía ningún imposible, y yo me preguntaba cómo podía alguien.. cualquier persona, ser, luz, paloma... ser capaz de ver tanto sufrimiento, tanto miedo, tanta angustia, tanto inocente desaparecido, tanto bebé en la basura, tanto indígena con desnutrición, tanta mujer violada, tanto cancer, tanta droga, tanta mierda y tantísimo asco, y no aparecerse. No venir a usar sus poderes para el bien mientras yo me hundía en impotencia. Si ese era Dios, yo no quería nada con el. Prefería creer en la nada. 
Aunque duró, no fue tan simple. Si creer es complicado, dejar de creer no es más sencillo. Era yo contra el resto del mundo en los momentos de angustia, cuando sentía que me iban a robar, cuando veía en los postes de la luz fotos de desaparecidos que se veían como mi familia, cuando prendía el noticiero y anunciaban un nuevo accidente de borrachos, o incluso,  cuando Santa Fe botó ese penal. Entonces lo entendí y así lo he estado entendiendo desde entonces. Yo no creo porque este de acuerdo, ni creo porque tenga sentido, no creo porque crea, creo porque lo necesito. Yo no creo en su Dios, ni en su otro Dios, yo creo en el mío. Me inventé mi propio Dios en el cual creer, uno del cual me siento orgullosa y no necesito que nadie más le siga, él y yo tenemos lo nuestro y eso es lo que importa. 

El fondo

Todos mis fondos de pantalla de todas mis pantallas, son de París. Es un lugar común, lo sé, porque hasta una foto de una alcantarilla de esa ciudad sería digna de postal. Pero cómo no tener una foto de La Ville Lumière, si amo los techos de los cafés en los andenes, amo los puentes pequeños sobre el Sena, los que nadie sabe como se llaman, amo los rinconcitos, las minucias, los recortes de la ciudad que tiene paisajes de página principal. La única vez que quise cambiar una foto de París fue por una tuya que tengo en mi celular. Estas con esa camisa de cuadros que te pusiste en nuestra tercera cita y media (ya llegamos al acuerdo de que lo primero no fue una cita, fue una mitad de algo, que no sabemos qué). Estás haciendo tus ojos de visco y yo estoy encima de ti entonces se ven las esquinas de mi pelo largo en el borde de la foto. Esa foto me encanta, casi tanto como París, así.

Es una foto de postal. Una postal con una leyenda que diga que no importa cuantas veces te hayas quebrado, siempre hay un nuevo lugar por el cual resquebrajarte, pero también siempre hay quien esté dispuesto a llenarte las grietas de amor. Bueno, probablemente nadie compraría esa postal. Salvo tu y yo. Tú y yo la compraríamos para ponerla como fondo. Como fondo a nuestra vida, y si pudiera empapelar el cielo con esa foto no estaría acá escribiendo sino que estaría buscando una escalera. 

No te lo digo porque no me gusta decirte nada, me gusta que nunca sepas lo que pienso, me gusta ganarte en conocerte más de lo que tu a mí. Pero si te dijera todo esto terminaría por decirte que de todos mis fondos tú eres mi favorito, eres el que toqué para resurgir, el que me impulsó a la superficie, el fondo de mi vida aunque el de mi computador siga siendo París.