
Me subo al avión y me doy cuenta de lo mucho que
han dejado de parecerme naves espaciales con el tiempo. Después de volar en varias ocasiones durante más de 15 horas seguidas, cada vez me siento más en un
bus y no en una película de Star Treck. Busco un lugar en el gabinete superior
para mi equipaje de mano y pienso con melancolía ajena (porque tengo apenas 20
años) en la época dorada de viajar, cuando la gente se ponía su mejor traje,
ellos venían de corbatín y ellas de vestido largo a tomar champaña y comer
langosta en un viaje local de menos de dos horas. Ahora todo es distinto, no
necesariamente peor sino sólo distinto. Ahora es mucha más la gente que puede volver
a su casa o huir de ella de forma casi rutinaria. Independientemente de que
vaya en jeans y comiendo un sándwich de cartón, pienso mientras me abrocho el
cinturón que me gusta mucho esa sensación de moverme en quietud, de saber que avanzo
por los aires a miles de kilómetros por hora sin mover un dedo. Así vaya en un
bus, me encanta la sensación de volar porque realmente no se siente, sólo se
sabe. Me hago más consciente cuando subo la ventana de plástico y veo ese cielo
infinito que no contiene ni significa nada en realidad, es un cielo vacío que
le da a uno la sensación de no estar en ningún lado. Es en ese andar sin
moverse a través del cielo vacío cuando uno deja de reconocerse y se da cuenta
de lo mucho que viajar transforma. Pero nunca nos transforma en otros, porque mientras
desconocemos quienes éramos en la pista de despegue, sentimos que encajamos
mejor en la propia piel. Es como si la tierra nos alejara de nosotros mismos, y
al viajar nos olvidáramos de todo eso que nos aleja para poder volver por fin a
nosotros. Viajar es un eterno retorno. Qué curioso tener que irse para poder
volver a uno mismo y qué extraño que apenas uno llegue a su destino, que apenas
uno se encuentre, tenga la añoranza de querer regresar. Extrañar como loco su
cama, la primera imagen de su techo al despertar, el mismo cielo de siempre, su
gente, su sazón, su tierra, pensar solo en volver a ese lugar así uno se sienta alejado, alienado, desencajado
de su propia piel.
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