Había llegado a las
oficinas de Catastro faltando 15 minutos para las 7 de la mañana, como de
costumbre. Se tomó un tinto negro azabache pero lo despertó más el quemón que
la cafeína. Hizo la fila como siempre, como un experto, y vendió el primer
turno antes de lo esperado. Don Joaquín iba vestido de traje azul oscuro,
sweater abotonado, y una boina escocesa de su colección especial. Llevaba el bigote cortado milimétricamente y pero con las canas espolvoreadas y repartidas entre la selva sin ninguna rigurosidad, como si estuvieran allí por accidente. Pero no era así. Se paraba
erguido y con las manos atadas detrás de la espalda, para no cansarse y durar
hasta el cierre. Un joven que por lo menos tendría unos 50 años menos que él,
le preguntó si le podía guardar el puesto mientras iba por una fotocopia que había olvidado sacar. –“De acuerdo, pero le vale $1.200 pesos”. –“¿Me va a cobrar
por cuidarme el puesto?”, -“No es cualquier cosa joven, yo soy el mejor para eso y le garantizo que a su puesto no le va a pasar nada”. – “Pero
señor, es un puesto, ¿Qué le va a pasar?”. – “JA! Si usted supiera, hasta las
peores cosas." - Dijo Don Joaquín reacio a dar más explicaciones, pero consciente de que no tendría más remedio que hacerlo porque el joven tenía ojos ávidos y un silencio terco de esos que sacan información con la incomodidad a dos manos. Así que Don Joaquin, mirando al piso le agarró el brazo como lo hacen todos los viejos que han perdido mucho: con imperiosa necesidad. Se le acercó al oído y le dijo en un susurro: "Cuando estaba haciendo la fila en el cielo yo también me fui a sacar
una fotocopia que me faltaba. Y cuando volví ya me habían resucitado”.
No comments:
Post a Comment