“Señora,
ahora por favor mire al frente y dígame qué letras ve, de abajo para arriba” –
Dijo el hombre de bata blanca que se paraba a su lado. Ella pronunció cada una
de las letras de la última fila con voz terciopelada, y él recorrió con la
mirada el trayecto de las sílabas que salían de una boca tan bella que merecía
ser un ojo. La señora que había ido a hacerse las gafas por quinta vez, fue
leyendo de abajo para arriba, en el sentido en el que crecían las letras, pero
increíblemente cada vez las leía con mayor dificultad. En la punta superior de
la pirámide se leía una única letra, la más grande, y ella no pudo decirle al
doctor cuál era. “No veo nada Doctor ¿qué pasó?”- Dijo la señora consternada y
ciega. -“Le escribí que la quiero, pero no hay lente lo suficientemente grande
para hacerle entender cuánto, si usted simplemente no quiere saber”. Nunca
mandó a hacer las gafas, ese día él se volvió los ojos con los que ella vería
el mundo para siempre.
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